Lentamente, como algo oscuro e insondable que se despereza tras años de letargo, verdosas extremidades tantean las paredes rocosas de la caverna, y en su noche sonidos de succión, como una cadente letanía, rompen el silencio de millones de años, la tranquilidad de un universo en miniatura. Aún estando a decenas de metros de la superficie, los grotescos brazos emiten algo parecido a un siseo acompañado de fétidas supuraciones; sienten el sol esperando para abrasar su preciosa putrefacción, su decadente belleza cultivada en las entrañas de la tierra, en el abotargado vientre de la Naturaleza, donde todo es ceguera, calor, y el rítmico latir de la piedra. La orgullosa superficie alardea de su color y su patética explosión de vida, pero en el esquema general de las cosas sólo es un frágil manto que con un soplo puede desaparecer. Allá abajo, en contra, se encuentra el poder de millones de años, la paz, el protector abrazo de las tinieblas. En eso piensa la oscura mente mientras asciende por la limosa y escurridiza piedra, de nuevo con un cometido sagrado que realizar; excrecencias rocosas unidas a raíces fosilizadas se rompen y retuercen en lo que parece una extraña imitación de sonrisa humana. No es para menos, tras eras de letargo, Madre le ha insuflado vida otra vez, con la única misión de robársela a todo lo demás.
El pecho de Andrei rugía como un león encerrado, y le desgarraba con cada nuevo esfuerzo que obligaba a realizar a sus piernas y brazos. No pienses en el cansancio, no cedas al dolor, sigue ascendiendo, se repetía. Las piedras sueltas de la pendiente le mordían las manos, y el polvo penetraba en las heridas con furia, como si intentaran hacerle perder el equilibrio.
No me extrañaría, pensó con dificultad, hace tres años que solo recibimos muerte de todo lo que nos rodea, tres años de vendetta despiadada y brutal, sin ofertas de rendición. La superficie es ahora propiedad de la oscuridad, y ni siquiera el sol se atreve a asomarse después de lo de la estupidez de las bombas atómicas. En el fondo lo merecemos, sólo a nosotros se nos ocurriría combatir a la tierra con fuego y destrucción…sería como acabar con un dolor de cabeza disparándose a la sien. Tampoco es que otra opción hubiera podido remediar el problema, la verdad…era ya demasiado tarde, y cuando el campeón elegido por el enemigo se puso en marcha, hasta Dios se inclinó a su paso. No hubo desafíos, ni ultimátum, y las marchas militares y las trompetas fueron suplidas por la mecánica precisión de un cirujano, acompañada por el entrechocar de rocas y el sulfuroso olor de las entrañas del planeta. Cuando aquello aparecía, todo bajo sus pies se coordinaba en la destrucción, la orquesta perfecta dirigida por la vertiginosa batuta de un dios colérico. Joder, deja de divagar, maldito imbécil, llevas un par de minutos abrazado a la colina…no has sobrevivido hasta ahora gracias a la ensoñación.
A sus espaldas comenzaba a sonar un ligero siseo, pero que se escuchaba perfectamente a pesar de los truenos y el lejano rugir de la actividad volcánica, y lentamente era acompañado de otro sonido más audible aun, el de rocas partiéndose, frágiles como hojas en Otoño. Sabía demasiado bien lo que significaban esos sonidos, era el himno nacional de la Madre Tierra, y siempre finalizaba con alaridos, sonido de huesos rotos y cálidas entrañas desparramadas por el suelo. La adrenalina comenzaba a bombear a través de todo el cuerpo de Andrei, y el calor invadía sus entumecidos músculos insuflando fuerzas de donde no existían. Los últimos metros del ascenso, acompañados ya de lágrimas y sollozos, mezcla de miedo y dolor, parecían ocurrir a cámara lenta.
-Andreiiiiiiiiiii…- El horrible siseo, modulado, era aún más grotesco al intentar articular palabras, y Andrei notó como su entrepierna se humedecía sin que pudiera hacer nada por remediarlo. – No mássss dolor Andreiiii…deja que…te abrazeeeee…osssscuridad…-
Por fin, desesperado, sus maltrechas manos tocaron el frío metal del portón. El material con el que estaba realizado todo el refugio que llenaba el interior de la colina formaba parte de un meteorito que había caído a la tierra diez años atrás, y resultó ser la única protección ante el ataque. Su resistencia era muy superior a la de cualquier material terrestre, pero Andrei sospechaba que no era eso lo fundamental, sino más bien que no pertenecía al planeta, por lo que aquella cosa terrible no podía manipularlo. Mientras construcciones de hormigón armado o de ultramodernas aleaciones cedían como mantequilla caliente, ese extraño metal era lo único que hasta el momento se le resistía. Una lástima que tan sólo Andrei y dos oficiales más llegaran a tiempo para ocupar el edificio. Aunque el engendro demostró que no carecía de recursos, y desde hacía unos días toda una serie de temblores bajo el refugio le habían hecho pensar a Andrei que estaba intentando hundirlo bajo la colina. No sabía cuanto tiempo le llevaría, pero algo en el interior del hombre le decía que de un modo u otro lo conseguiría, y en ese momento se encontraría en graves problemas. Con dedos nerviosos introdujo la contraseña en el panel de control de la entrada, y el escáner de retina analizó rápidamente sus enrojecidos ojos atravesando el visor de su casco. Las puertas chirriaron al abrirse, y con agilidad se abalanzó al interior del complejo para activar el cierre manual. Cuando se dio la vuelta, y en el pequeño espacio entre los portones que se cerraban, vislumbró una enorme masa amorfa pero terriblemente veloz que se abalanzaba ya en su dirección. La cosa emitió un enorme grito de odio al ver frustrada su persecución, un grito que dejaba helados los músculos y paralizaba los pensamientos. Regimientos enteros a las órdenes de Andrei habían dejado matarse sin disparar una sola vez ante el imponente despliegue de poder de aquel rugido, pues era tal el odio que transmitía, que inconscientemente uno llegaba a pensar que algo capaz de albergar un sentimiento tan profundo seguro tenía motivos incontestables para llevar a cabo todo aquello. En la oscuridad de la entrada se dejó caer, y el llanto le desbordó y manó con fuerza de sus ojos. El dolor de todos sus músculos y huesos empezó a torturar sus centros nerviosos, una vez desaparecido el sedante del miedo. Con torpes movimientos se quitó el raído traje protector y el casco, y el aire enlatado del traje fue sustituido por el aire enlatado del recinto. Se arrastró hasta el ascensor situado en el centro de la circular sala, descendiendo hasta el puesto de control que se hallaba a doscientos metros de profundidad; se encontraba a su vez a cincuenta metros por encima de la base del edificio, cuyos niveles albergaban los sistemas de depuración de aire y agua y el pequeño reactor nuclear que ponía todo el complejo en funcionamiento. Por encima de la sala de control estaban los silos de misiles, el almacén de armamento, un hangar para los vehículos militares pesados y las grúas móviles de reparación, junto con las dependencias generales pensadas para albergar hasta dos mil hombres, entre técnicos y personal militar. Tan sólo tres habían llegado a ocuparlo, y ahora solo quedaba él. Los otros dos, el oficial de zapadores Yurievich y la Mayor Valentina Bujarin, habían caído en una emboscada en misión de reconocimiento en el exterior, como la que acababa de llevar a cabo Andrei en ese momento.
Como todos los días, Andrei conectó Intranet esperando recibir alguna noticia del Alto Mando ruso, pero todo seguía callado; luego se conectó a la red general y activó la radio, pero a pesar de que el sofisticado sistema de comunicación le acercaba a cualquier parte del planeta, hacía meses que no recibía noticias de nadie. Pensaba que probablemente los supervivientes de otras regiones del planeta estarían en refugios improvisados, y no podían comunicar ni su posición ni su estado; no obstante, ellos habían tenido mucha suerte gracias a lo del extraño metal extraterrestre, y casi no lo cuentan a pesar de todo. Comprobó en la computadora que todo funcionaba perfectamente, y los sensores colocados por toda la estructura no avisaron de ninguna fisura. Sin embargo, los datos de los pilares del edificio revelaban que éste se había hundido dos grados más en su Zona Este debido a los seísmos. A ese ritmo Andrei calculaba que en cuestión de dos meses la inclinación podría hacer peligrar la integridad de sistemas claves para su supervivencia, como lo eran los del aire o el agua, cuyas tomas necesitaban estar conectadas con el exterior del complejo, por no hablar del riesgo que toda aquella situación implicaba para el reactor nuclear. Esperaba que antes de llegar a ese punto, se le diera la orden desde el complejo principal en Murmansk, y así poder reunirse con los supervivientes para despegar hacia la base lunar que el Ejército Ruso había construido junto con las autoridades chinas. Mientras pensaba en aquello recordó que le faltaba un último paso, el de revisar las cámaras de seguridad del exterior. Las del interior las mantenía desconectadas, puesto que sin notificaciones de fisuras y sin personal dentro del edificio, no tenía mucho sentido hacerlo, y le obligaría a mantener iluminados y en funcionamiento el resto de niveles, cosa que visto lo precario de la situación con los temblores, no era lo más adecuado. Como solía decir Vasili, el coronel del IV Regimiento de Ingenieros de Murmansk, una pistola de plasma descargada nunca te estalla en las manos. Una desagradable ironía fue que muriera al estallarle una carga conectada a sensores de movimiento durante un seísmo en Arkangelsk, hacía ya dos años. Mientras pensaba en todos los camaradas que había dejado atrás, mecánicamente posaba su mirada de una cámara a otra, observando imágenes similares en todas ellas: paisajes grises de roca oscura bajo un cielo negro que se veía roto constantemente por el fulgor de los rayos provenientes de las constantes tormentas eléctricas.
Otro efecto de la gran inteligencia humana, ironizó Andrei para sus adentros, esta vez a causa del maldito pulso EM de los europeos. Parecía que durante estos años las diferentes potencias habían entrado en competencia para ver quién la jodía más y destrozaba un planeta que ya no las quería en su superficie. Aunque la verdad es que incluso antes de que le hincharan las pelotas, la situación no era muy diferente… Desde que tenía uso de razón, Andrei siempre había recordado la lluvia ácida, las supertormentas y la desertización, que había llegado a afectar al 70% del planeta, por no hablar de la Guerra de Eurasia, que no por nada se había rebautizado como Guerra del Átomo.
De repente, su mirada quedó fija en la cámara de la entrada principal, y durante varios segundos el semblante del hombre quedó petrificado ante la imagen que estaba viendo en la pantalla, sin dar crédito. Entre las fumarolas sulfurosas de la pendiente y las afiladas rocas una figura humana se arrastraba en dirección a los portones, y a pesar de la distancia a la que todavía se encontraba la escena era evidente que quién fuera había sufrido unas heridas muy graves. La figura se desplazaba aunque le faltaba un brazo y una de sus piernas colgaba únicamente por un tendón a la altura del muslo. Todo su cuerpo estaba empapado de sangre, pero entre las manchas y la suciedad se vislumbraba que vestía un uniforme militar de infantería pesada con sus protecciones de metal estelar en la pechera y los hombros, lo que en este caso dificultaba aún más el penoso ascenso. Con rapidez, Andrei calculó fríamente las posibilidades, y presto entró en el ascensor principal marcando el número 3, casi en la superficie, donde se encontraba el hangar. Mientras ascendía, observaba con impaciencia a través de su minipantalla de control que le cubría el antebrazo y a través de la cual tenía acceso a todos los sistemas, cómo los materiales a las espaldas del maltrecho hombre se alzaban formando un montículo. Andrei sabía que no tenía mucho tiempo, y que probablemente era una estupidez jugarse la vida por una persona que visto su estado de salud podría morir en cuestión de horas, pero era el primer contacto humano que tenía en seis meses, y eso era suficiente. Cuando las puertas se abrieron en el nivel 3 tecleó con precisión en su ordenador de muñeca los comandos de activación, y con un zumbido eléctrico el enorme hangar se iluminó junto con todas las plataformas de vehículos que ascendían hasta los sesenta metros de altura. Necesitaba algo que fuera veloz pero que a la vez pudiera desarrollar cierta cobertura de fuego por si necesitaba repeler un ataque. Se decidió por un vehículo de despliegue rápido, que básicamente era una base con forma ovoide que se desplazaba suspendida a un metro del suelo mediante impulsos magnéticos. Tenía un pequeño compartimiento abierto para el piloto, y en algunos casos otro para el artillero. Como no tenía compañero se decidió por el vehículo armado con un cañón de posición, de elevada potencia pero que obligaba a disparar estáticamente, ya que el retroceso podía estrellar el vehículo si éste se hallaba en movimiento. Además, las baterías de plasma tardaban un minuto en recargarse después de cada disparo. Pero tenía que arriesgarse a ello, ya que era lo único lo suficientemente rápido y potente para llevar a cabo el rescate. Con una habilidad fruto de años de entrenamiento, Andrei se colocó el casco y se fijó los arneses de sujeción, y agarrando con fuerza el mando direccional del aparato lo dirigió a la plataforma elevadora, que se activó nada más posicionarse sobre ella; con ímpetu ascendió en dirección al exterior, que ya se veía por las rendijas de los portones que se abrían a través de un conducto comunicado directamente con el nivel de superficie del edificio. Al salir del mismo rápidamente encendió los motores magnéticos y giró en dirección a la entrada principal, donde se dio cuenta de que tal vez llegaba tarde al encuentro del herido. Una masa de tentáculos viscosos, roca y raíces secas se abalanzaban ya sobre él, y en cuestión de segundos lo alcanzaría. Andrei, a pesar de que el vehículo se encontraba ladeado debido a la pendiente y en un mal ángulo, puso los anclajes hidráulicos y apuntó el cañón hacia la enorme masa de la que salían los tentáculos. Un pequeño error y podría pulverizar al hombre, pero una indecisión también lo llevaría a la muerte, porque aquella cosa, a pesar de todo su volumen, se movía con una agilidad endemoniada. Sin titubear y una vez fijado el blanco, apretó el botón de disparo situado frente a él, y sobre su cabeza sintió, a pesar del grueso casco, el calor de mil soles lanzarse a una velocidad cercana a la de la luz hacia el objetivo. La descarga de plasma acertó a la monstruosidad justo en su centro, y con un ruido sordo quedó envuelta en una nube de vapor incandescente mientras sus extremidades se ennegrecían y deshacían convertidas en ceniza. Andrei sabía que eso no la detendría mucho tiempo, por lo que dirigió el vehículo a máxima velocidad ladera abajo en dirección al hombre. Al llegar descubrió que el estado de éste era peor de lo que se imaginaba, ya que a través de dos profundas heridas en su torso podía ver sus pulmones trabajando lastimosamente mientras se agarraba las vísceras que luchaban por salir al exterior. Era sorprendente cómo podía haber sobrevivido a todo aquello y además emprender el ascenso, pero a veces el miedo y el instinto de supervivencia llevaban a las personas más allá de sus límites. Con mucho cuidado subió al hombre al vehículo, y colocando su espalda contra la base del cañón lo ató al mismo con los arneses de su asiento de piloto. Mientras se volvía a instalar en dicho asiento Andrei vislumbró a través de la nube de vapor que aún perduraba a la figura rocosa que ya se estaba rehaciendo. Girando con velocidad dirigió el vehiculo de vuelta a la abertura del refugio, a través de la que entraron sin dificultad, y que se cerró a los pocos segundos de haberse activado la plataforma que ya los devolvía al nivel del hangar. Al llegar condujo hasta la zona de enfermería con la que contaban todos los niveles, y que en este caso se encontraba a unos cien metros frente a las grúas de mantenimiento. Al detenerse el herido tosió de manera muy profunda, y Andrei se percató que el hedor que salía de su cuerpo era considerable, mientras flujos de color amarillento y verdoso se desparramaban a través de la comisura de sus labios y por las profundas laceraciones de su cuerpo. Tan sólo sus protecciones de metal estelar que le salvaguardaban los hombros y el pectoral izquierdo se mantenían intactas, y casi parecía que se las habían colocado después de masticarlo y escupirlo, porque todo lo demás aparecía destrozado.
- Tranquilo, no intentes hablar, ya estás a salvo. – No sabía de qué manera mover su cuerpo sin agravar aún más las lesiones, por lo que se dirigió a la entrada de la enfermería donde sabía encontraría una pequeña grúa médica que se utilizaba para mover a los mutilados o a los enfermos muy graves.
No había puesto un pie fuera del vehículo cuando se quedó helado al oír la voz que provenía del herido.
- Graciasss, Andrreii…ahora meeee… encuentro…mejorrrrr. – Aquella imitación de voz humana sonaba a muerte y recordaba a lúgubres pantanos borboteantes, a hedor y putrefacción.
Intentó saltar del vehículo para dirigirse al ascensor, pero no había mandado todavía la orden a sus músculos cuando el brazo ensangrentado del herido le aplicó una brutal presa alrededor de su cuello, dejando la presión justa para no ahogarle. Intentó zafarse en vano de aquel abrazo, pero la fuerza con la que se lo aplicaba era inhumana, y al intentar morderlo casi se rompió dos dientes, descubriendo que bajo la capa de epidermis y músculos había sólida roca. La boca se le llenó de aquellos asquerosos fluidos, e instantáneamente le provocó una violenta arcada sin vómito, ya que tenía el estómago demasiado atenazado para ello.
- Sssssshh… tranquilaaaa, pequeña criatura… - Parecía que iba acostumbrándose rápidamente al idioma ruso, pensó Andrei mientras se esforzaba por no ahogarse, y cada vez pronunciaba mejor. Aunque por mucho que mejorara, el sonido seguía siendo inhumano.
- Vamos… ¡acaba ya de una vez! Mi muerte no te servirá de nada, quedamos muchos, y tarde o temprano encontraremos la manera de pararte.- Ese arranque de valentía mitigó el terror que inundaba al hombre, aunque la respuesta de la criatura echó por tierra todas sus esperanzas.
- ¿Muchosss, dices? ¿Dónnnde? ¿En Londres, tal vez, o puede que en Arizona?... ¿O te refieresss a tus amigoss de Murrmansk?...- Un grito sordo se escapó de la garganta de Andrei, y por el rabillo del ojo vislumbró una sonrisa de dientes amarillentos salpicada de pus. – Estás solo Andrei, y ahora que te he encontrado, Madre habrá saldado cuentas – Su ruso era ya perfecto, y al terminar la frase soltó su formidable presa sobre Andrei, que cayó al suelo lastimándose una mano.
- Maldito, maldito, maldito…no te creo… - Mientras los ojos se le empañaban de lágrimas se le pasó por la cabeza intentar escapar de nuevo, pero a la vista de la velocidad y fuerza de aquella cosa desistió de probar. Además no serviría de nada, pensó, ya que estoy solo, todos los demás exterminados. - ¿Por qué, por qué todo esto, toda esta desolación, maldita sea?... ¿No merecíamos otra oportunidad, un aviso, algo?... - Al encararse a la criatura vio como la mayoría de los pedazos de carne se le habían desprendido, y su masa aumentado considerablemente. Su cuerpo era una grotesca imitación del de un hombre, aunque toda la piel era una mezcla de fina roca volcánica, raíces que hacían de tendones y un limo verdoso que resbalaba por toda su superficie. Sus brazos eran humanos hasta la altura del codo, donde se ramificaban en múltiples tentáculos recubiertos de pútrida carne y fluidos que se desbordaban. Sin embargo lo más extraño era su cara, en la que no se diferenciaba ningún rasgo pero que mirada en su conjunto aparecía como un rostro definido. Aún así, uno sabía cuando sonreía o cuando fijaba su mirada en algún punto.
- ¿Un aviso? ¿Qué eran para vosotros la desertización o las supertormentas? ¿Una segunda oportunidad, dices? Ni siquiera os la dais vosotros, que os descuartizáis y aniquiláis por millones. No, vas a morir, y contigo todo recuerdo o vestigio de la aberración que supusisteis. Tan sólo Madre recordará con decepción vuestra existencia, porque hasta yo os olvidaré cuando vuelva a su vientre. Puede que cuando lo verde y efímero, lo que corretea y nada, vuelva a asomar, el resultado sea más satisfactorio. -
- ¡Déjame hablar con esa Madre, por piedad!- Golpeó el suelo con fuerza, y un sonido seco acompañado de gran dolor le hizo saber que aquello había sido demasiado para su muñeca lastimada en la caída.
- Jajaja – El sonido de la risa de la criatura era como el aleteo de cientos de insectos de piedra, y a Andrei le sobrevino otra arcada. – Para hablar con Madre hay que escucharla, y ella habla con el idioma del fuego, de las entrañas de la tierra, con el movimiento de la piedra a través de millones de años, con el idioma del viento, con el de las corrientes oceánicas. De todos los seres vivientes, sois los únicos que podríais haberla entendido como yo lo hago. Y ya se ha hartado de hablar para un público tan necio. Yo también, y aunque me ha gustado charlar contigo, el último de los tuyos, deseo volver a su cálido abrazo de nuevo, y quitarme este hedor vuestro de encima. -
Andrei no se movió, y con resignación abrió sus brazos para recibir tan duro castigo. Cuando los tentáculos rodearon su cuerpo y los fluidos penetraron por todos sus orificios, tan sólo le vino a la mente una palabra: Necios…
Lentamente, como algo oscuro e insondable que regresa al hogar tras años de matanza, verdosos tentáculos tantean nerviosos las paredes de la caverna, ansiando el abrazo, las caricias de lo eterno. Las cosas efímeras, ruidosas y estúpidas ahora guardan silencio, él las ha enseñado a callar, a no molestar a Madre. Siente como poco a poco la placenta de ella le recubre, le llena de calor, le disuelve en su vientre, y se vuelve uno con cada volcán, cada falla y cada corriente marina del planeta. Es lo más cerca de ser un dios, lo más cerca de parecerse a ella. En eso piensa la oscura mente, y algo parecido a una sonrisa humana aflora en su rostro. No es para menos, Madre le roba ahora la vida para dársela más tarde a todo lo demás…
Texto e imagen invocadas por Cthulhu.
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