jueves, 17 de mayo de 2012

ELEKTRA ASESINA de Frank Miller y Bill Sienkiewicz (1986)



Aprovechando que (por fin) se ha decidido publicar en formato tomo esta joya del Noveno Arte (a cargo de Panini), aprovecho para reivindicar una de las obras más acojonantes, rompedoras e incomprendidas que jamás nos haya dado el cómic mainstream. En cuanto pueda correré a la librería a por él, y por fin podré dejar descansar en paz los vestustos tomitos originales de Forum que me da miedo hasta mirarlos no vaya a ser que se deshagan. Pero vayamos al grano y pongámonos en situación. Corría 1986 y Frank Miller  era ya uno de los escritores superestrella del panorama mundial, y pese a la presión de los fans se negaba a rescatar un personaje, el de la ninja Elektra Natchios, del que se despidió en 1982. Como era el puñetero amo y aún no se le habían frito los cables (la deriva actual de este señor es para mirar a otro lado) se lo podía permitir, por lo que los editores de Marvel se vieron obligados a ofrecerle total libertad creativa publicando la historia en el sello Epic, editorial subsidiaria del gigante norteamericano pero enfocada a historias de carácter independiente y ajenas al filtro censor. Miller aceptó la oferta, y para hacer hincapié en que aquello no iba a transcurrir por los cauces habituales decidió que el aspecto gráfico correría a cargo del tremendo Bill Sienkiewicz, que por aquel entonces estaba dejando a todo el mundo boquiabierto con su insólito trabajo en Los Nuevos Mutantes. La cosa apuntaba maneras, pero lo que salió de esas dos cabezas geniales fue algo que superó a todo el mundo, y muy pocos supieron valorar (incluso a día de hoy) la tremenda maravilla que tenían entre manos.


Porque los 8 números que componen Elektra Asesina son un corte de mangas al convencionalismo narrativo, un ejercicio de deconstrucción de la viñeta de tal envergadura que se puede decir que todavía no ha sido igualado (mucho menos superado) en el cómic mainstream estadounidense. Centrando la narración en los orígenes de nuestra sexy ninja griega, Miller urde una historia en la que hay cabida para el thriller, la acción desbordante, el sexo, la denuncia política y el terror, todo ello compactado en 256 páginas sin fisuras que no te darán ni un segundo de respiro. Pero la gran virtud del cómic es que estos espectaculares elementos made in Marvel conviven con otros propios del arte más vanguardista, alocado y rompedor que uno pueda imaginar, algo de lo que tiene mucha culpa un Sienkiewicz desatado, libre de cualquier injerencia creativa y que en esta ocasión utiliza cuanta herramienta cae en su mano (collage, lápiz, aerógrafo, acuarela...) para ilustrar el desenfreno violento y onírico que impulsa la trama. La historia sumerge a Elektra en un complot de asesinatos políticos tras los que se encuentra la secta ninja La Mano, que sirviendo a los propósitos de La Bestia (demonio que quiere acabar con todo rastro de vida) pretenden desatar la III Guerra Mundial. Perseguida por S.H.I.E.L.D., se vale de sus poderes telepáticos (y de sus otros "poderes", más carnales) para enrolar en su causa al agente cyborg John Garret, teniendo como oscuro paisaje los horribles años de la presidencia Reagan y la amenaza constante de la Guerra Fría. 


El cómic, como comentaba, fue tan visionario y vanguardista (anda que no ha sido saqueado posteriormente...) que gran parte de la crítica lo tachó de autoindulgente y simple ejercicio de estilo, volcando contra el trabajo de Miller y Sienkiewicz su incapacidad para ver más allá de las normas establecidas. Centrándose en las viñetas imposibles, los juegos narrativos y la imaginación desbordante de los autores, se olvidaron que junto a esos elementos, y gracias a ellos, se escondía una historia absorbente, hipnótica y llena de segundas lecturas. Un maravilloso caleidoscopio de ideas y colores que por derecho propio merece colocarse al lado de intocables como El Regreso Del Caballero Nocturno o Daredevil: Born Again.

miércoles, 9 de mayo de 2012

SHOSTAKOVICH AGAINST STALIN: THE WAR SYMPHONIES de Larry Weinstein (1997)



Cambiamos de tercio musical para adentrarnos en uno de los documentales que más me han tocado la fibra de todos cuantos he visto, algo en parte debido a mi profundo amor por la obra de Dmitri Shostakovich, probablemente el último gran compositor que haya dado la música clásica. A través de la dura vida del genio soviético, de su música, nos adentraremos en los oscuros años de la terrorífica represión estalinista, donde el "Gran Líder" se afanó por enterrar la mayoría de las conquistas de Octubre, incluidos los principales partícipes de la misma. Uno de sus actos más terribles, además de acabar con la vida de 30 millones de personas en los campos de concentración, fue aplastar a toda la generación de artistas surgidos al calor de la Revolución y que asombraron al mundo entero por su talento e ideas novedosas, caso de Kandinski, Maiakovski, Malévich o Tatlin. Precursores de corrientes como la abstracción o el constructivismo, fueron arrollados por esa monstruosidad que respondía al nombre de "realismo socialista", y que no era otra cosa que encadenar el arte para mayor gloria de la burocracia soviética. Lejos, muy lejos, de los ideales que alumbraron la mayor revolución del siglo XX...

Shostakovich, más joven que los artistas anteriormente citados, creció prácticamente bajo gobierno soviético, y aunque no participó de la Revolución de Octubre sus simpatías por la misma y sus logros eran muy grandes, pero siempre desde un segundo plano ya que siempre sintió cierto desapego respecto a la política (cada vez mayor según la burocracia soviética iba creciendo en poder y despotismo). Su amistad con Tujachevski, Mariscal del Ejército Rojo y mano derecha de León Trotsky (además de precursor de la Guerra Relámpago utilizada por los alemanes en la II Guerra Mundial, toda una ironía), le puso en el punto de mira de la represión en los años de las Grandes Purgas, y tan sólo el tremendo apoyo que su música cosechaba entre el pueblo le salvó de morir en los helados campos de Siberia. Eso y que el agente encargado de ajusticiarle fue purgado un día antes de que Dmitri se presentara en las dependencias de la KGB, lo que habla de la absoluta sinrazón de aquellos pavorosos años. 



El documental arranca en aquellos funestos días, y a través de entrevistas con familiares, amigos, y supervivientes de la época se va trazando el perfil de un artista apasionado, optimista y genial que tuvo que enfrentar su música a las críticas despiadadas de una burocracia incapaz de comprender su visión revolucionaria de la composición clásica. La conducción musical del documental cae en manos de Valery Gergiev y la Netherlands Radio Philharmonic, trasladando a la perfección las maravillosas sinfonías (de la Cuarta a la Novena) que Shostakovich compuso en su velado combate contra Stalin. En el caso de la Cuarta, una enorme sinfonía de más de una hora y con unos requerimientos de tamaño de orquesta gigantescos, no fue interpretada hasta 1961 (tres décadas después) en parte por deseos del propio autor, consciente de que si veía la luz podía significar la sentencia de muerte para él y su familia. Se trata de una composición con la marca ineludible de Shostakovich, tremendamente perturbadora y llena de atonalidad y atmósferas oscuras, toda una visión profética de lo que estaba por llegar. Para muchos es la gran obra del soviético (él incluido), pero sinceramente veo muy complicado decantarse por una sola de sus sinfonías. Otro de los puntos álgidos del documental es la parte concerniente al sitio alemán de Leningrado, ideado personalmente por Hitler y que tenía el objetivo de doblegar la ciudad matándola de hambre y frío. Dos años de cerco en el que murieron casi millón y medio de habitantes y que llegó a ocasionar actos desesperados de canibalismo, pero que no consiguió doblegar a los habitantes de la metrópoli. En 1941, entre el ruido de obuses y las explosiones, una orquesta mermada por las muertes interpretó ante una Filarmónica abarrotada de famélicos, harapientos pero orgullosos trabajadores su famosa Séptima Sinfonía (también llamada Leningrado), todo un símbolo mundial de la resistencia frente a la barbarie nazi. Impresionante escuchar los testimonios de los supervivientes, su comunión con la música y el sentimiento de que aunque al terminar cayera una bomba que los matase a todos, hubiera merecido la pena tan sólo por haber tenido la oportunidad de escuchar aquella obra. Pocos músicos han recibido un halago mayor en la Historia. La Octava Sinfonía, compuesta cuando la URSS estaba a punto de derrotar a la Alemania nazi, cayó como un jarro de agua fría entre una burocracia que pensaba había llevado a Shostakovich a su redil. Mezcla de alegría forzada y augurios ominosos, hablaba del temor del compositor a que tras la guerra se volviera a las purgas de los años 30, con una clase dirigente aún más poderosa tras ponerse los galones de "salvadores" de la patria (los verdaderos fueron los más de 20 millones de anónimos rusos que dejaron las vidas en las trincheras). Aún mayor fue el impacto de su Novena, pues al igual que Beethoven o Mahler (su gran influencia) los burócratas esperaban la "gran sinfonía", evidentemente dedicada a mayor gloria de la URSS y sus líderes. El resultado fue el Shostakovich más mordaz, sarcástico e hiriente, toda una burla tanto al Kremlin como a los compositores occidentales, que hoy día está considerada una de sus grandes obras. 


Todo un ejemplo de que a pesar de que se intente estrangular o utilizarlo para tal o cual causa, el arte sólo alcanza su esplendor cuando es libre, porque nace del corazón, de las entrañas, y nunca del frío cálculo. Y, como Shostakovich, siempre habrá artistas valientes que desafíen las cadenas y la barbarie, en este caso con el latir de toda una nación entre notas musicales.


jueves, 3 de mayo de 2012

SANTA CLAUS CONQUISTA A LOS MARCIANOS de Nicholas Webster (1964)


DESCARGAR SANTA CLAUS CONQUISTA A LOS MARCIANOS (EN CASTELLANO DE MARTE)

Hoy he decidido hilar fino en la selección de El Rincón Psicotrónico, decidiéndome por una película dirigida a ese pequeño reducto de coprófagos cinematográficos que componen la verdadera élite cultural del planeta. Nosotros. Y qué mejor que con esta legendaria ponzoña navideña perpetrada por un tal Nicholas Webster (no me he atrevido a indagar en su filmografía, con una es suficiente...), allá por la feliz y empapada de ácido década de los 60. Situada en la prestigiosa lista de peores películas de la historia según IMDb, los usuarios le otorgan un fantástico 2,3 de nota media, que son 15 puntos más de los que yo le daría. 

Lo primero que hay que aclarar es que el título puede inducir a engaños. Es decir, que no penséis (que nos conocemos) que esto es una serie Z post-apocalíptica con un Santa deconstruido en máquina de matar ciber-punk colonizando a sangre y fuego a una raza de marcianos sodomitas. Eso es lo que tú y yo grabaríamos, pero eran los 60 y Nicholas Webster parece que quería dar la campanada perpetrando este aborto dirigido a los infantes estadounidenses. Viendo el éxito que tuvo la cinta bien podía haber optado por los marcianos sodomitas, porque sobra decir que esta película no se atrevió a verla ni él.  


Cuando ríen da más miedo...


El argumento, porque de alguna manera hay que llamarlo, arranca con unos marcianos preocupadísimos porque su patética simiente se pasa el día embobada viendo los programas de televisión terráqueos, concretamente el canal NIÑO (el guionista tuvo un colapso tras el parto de esta ideaca tan original). En vez de devolverles la ilusión empapándoles de drogas y porno (que es lo que un servidor haría), los gilipollas verdes deciden raptar al Santa Claus de la Coca-Cola (es el mismo actor, John Call) para que sus pequeños bastardos vuelvan a sonreir, llevándose de propina a dos insufribles niños terrícolas. Pero claro, los nacionalsocialistas marcianos, muy recelosos de todo lo que tenga que ver con la alianza de civilizaciones, se agarran un cabreo de tres pares de narices al ver tres simios deambular por su pútrido planeta, planeando una terrible (léase patética) venganza ante tamaña afrenta a la pureza verde de su sangre. Que Santa Claus no tiene pene (seguro que no) y que los niños de los 60 no tenían líbido (si pasara hoy en dos días estaban preñadas la mitad de las niñas marcianas a ritmo de reggetón) es algo que nadie les explica, pero no le pidamos tres pies al gato a esta ponzoña. Los diálogos son un maelstrom de absurdeces edulcoradas, humor zafio y frases capaces de hacer llorar al niño Jesús, entremezcladas con alusiones a avanzadísimos aparatos marcianos que básicamente son bombillas del chino que se encienden y apagan sin parar. Mención aparte merece la máquina de regalos que le fabrican los extraterrestres a Santa, y por la que sólo salen 6 tipos de regalos: pelotas, bates de béisbol, muñecas, coches, trenes y herramientas. Seguro que los niños de Burundi estarían infinitamente agradecidos de recibir una llave inglesa del 6 por Navidad. 


Marciano mexicano y su temible secador-atomizador


En el aspecto técnico se podría decir que fue grabado con unas cámaras y callar ahí, porque una mayor profundización podría llevar a la pérdida total de la cordura. Sin embargo es imposible no mencionar la labor titánica que se llevó a cabo en materia de decorados y vestuario. Respecto a los primeros, decir que habrían hecho llorar de vergüenza al mismísimo Astraco, porque esto no llega al nivel ni del peor episodio de Los Mundos De Yupi (y mira que estamos volando bajo...). Os podría decir que estamos ante un trabajo cumbre de minimalismo vanguardista o frente a un ejercicio soberbio de surrealismo naif, pero os estaría engañando. Es una puta mierda y punto. El todopoderoso robot marciano lo podría haber superado cualquier clase de pretecnología de 2º de la ESO (que si, incluso de la ESO), pero se queda en nada comparado con el primer oso polar (con hombre dentro) que camina de rodillas. Respecto al vestuario, los grandes triunfadores de la función son unos marcianos embutidos en trajes paqueteros de buzo robados en el Decathlon, las caras mal embadurnadas de pintura verde y purpurina y unos inenarrables cascos antenizados capaces de desgarrarte las córneas al primer visionado de los mismos... Al lado de esto Ed Wood era un genio de la artesanía escénica.


Toma robotaco!


Y pese a toda esta mugre, a todo el dolor visual y sus infinitos 80 minutos de metraje, he de reconocer que Santa Claus Conquers The Martians es una mierda entrañable en su atrocidad, y que visionada con cuidado (es decir, a pequeños sorbos y con drogas) os brindará no pocas carcajadas y estatus social entre los amigos a los que sometáis a su terrible influjo. Clásico de culto instantáneo e imprescindible en todo archivo ponzoñoso que se precie.