viernes, 9 de diciembre de 2011

THE CARRIER (La Niebla Asesina) - 1988, por Nathan J.White


Hoy tengo el placer de presentaros un nuevo espacio que hará las delicias de todo amante del cine cutrongo, casposo, radioactivo y, en definitiva, sublime. Se trata de El Rincón Psicotrónico, un refugio donde dar cabida a todos esos films denostados por la industria y el gran público debido a su carácter visionario, ajeno a los convencionalismos formales y que demostraron, y demuestran, que la mierda es un manjar superior al caviar, y mucho más divertido. Con un catálogo seleccionado por ese morador del inframundo cinéfilo llamado Elfo_Rense (uno de los organizadores de la muestra Cine de Alcantarilla) y los comentarios de un inútil servidor, espero que El Rincón Psicotrónico os brinde momentos de introspección sesuda y reflexiones trascendentales, aunque lo más probable sea que dilapidéis todo este esfuerzo en noches de risas, porros y colegas. Que nos conocemos, degenerados. En todo caso, bienvenidos seáis a nuestro mohoso rincón de perversión!



Difícil papeleta he tenido con esta película de Nathan J. White (su único film, ahí lo dejo...), pues aún ahora sigo intentando dilucidar mis sentimientos hacia ella. ¿Es una inmundicia sin sentido? ¿O una fina reflexión sobre el comportamiento del ser humano en situaciones extremas? Lo más probable es que ambas, pues aunque su planteamiento es completamente válido, la forma en que se despliega es cuanto menos hilarante. Pongámonos en contexto:



En una ciudad de mierda norteamericana, comunicada con el exterior tan sólo por un puente a pesar de que se encuentra en mitad de una llanada grande como la estepa siberiana (este hecho me sigue dejando desconcertado, más si cabe porque el director no hace ningún esfuerzo por aclararlo), un joven vive acosado por la culpabilidad al no saber si fue o no el culpable de la muerte de sus padres. Tan insignificante es la localidad que parece que ni la policía se ha acercado a aclarar los hechos, ni se hace referencia a ello, otro de los datos que nos sumerge de lleno en una historia que desde el principio parece que se desarrolla en otro plano existencial diferente al nuestro. En estas que aparece una plaga que se come la carne de todo bicho viviente cuando entra en contacto con objetos infectados. Y para más desgracia, una oportuna tormenta se ha cargado el puente que une nuestra población de llanada con el resto de la llanada (es lo que hay, no me miréis a mí). Incapaces de salvar un desnivel de 20 metros, los habitantes de nuestro inmundo pueblo tienen que sobrevivir en tan atroz aislamiento junto a la muerte neblinosa (hay que aclarar que la única niebla es el humillo que deja la gente cuando muere, no esperéis aquí ver nada como en la peli de Carpenter o la de Darabont). La única manera de prevenir tan aciago destino es aislarse con plástico. Los religiosos con bolsas del Pryca, los malos y jebis con bolsas de basura imitación de skay. Mientras se busca al portador de tan terrible plaga, las envidias y desconfianzas hacen mella en los habitantes del lugar, comenzando una carrera por la supervivencia entre evangelistas y metaleros.

A partir de aquí, spoilers

Pero no es hasta mediados del metraje cuando aparecen las verdaderas estrellas de la película: los gatos. Mientras escribo esto me vuelvo a descojonar sin remedio. Dudo que tras visionar The Carrier pueda volver a mirar a un gato como lo hacía antes. Y es que en mitad del agro estadounidense, rodeados de ardillas, gusanos, polillas y yo sé que cuantas mierdas vivientes más, nuestra comunidad de inútiles plastificados deciden que los gatos salvajes son los mejores detectores del mal. Que para lanzarlos contra los objetos infectados y que mueran al instante valía cualquier tipo de bicho es algo que parece no entrarles en la cabeza, comenzando toda una guerra civil por la posesión de los pobres animales. El comienzo de la batalla principal (épica como Troya, Braveheart y El Señor de los Anillos, todas juntas) al grito de Gatos o Muerte!, a parte de derretir todo mi córtex cerebral, me ha convencido de que estaba ante una de las escenas más grandes de la historia del cine, y seguro que si fuera más inteligente vislumbraría algún tipo de ejercicio metalingüistico o metáfora deconstructiva tras ello. No se puede olvidar tampoco esa escena para los anales (de ano) de la historia en la que lanzan los gatos contra una pared infectada y los pobres se quedan pegados como si fuera de velcro. Os aseguro que desde que la vi me persigue en sueños, despertándome jadeando y sudando con tan sólo recordar la patética agonía de los felinos.


Antes de asolar Austria con su blackenead death metal, Belphegor hicieron sus pinitos en el cine

Entre medias nuestro joven sumido en la alcoholemia (hábito que adquiere por una sóla noche de borrachera, todo hay que decir) descubre que es el portador de la plaga, y lleva a cabo toda una serie de estupideces que en vez de solucionar el problema lo agrava, sumiéndolo aún más en sus lamentos de adolescente emo. Eclipsado por la interpretación sublime de los gatos (merecedeores de un Oscar, un Grammy y un surtido de Whiskas para cada uno), cuando al final muere a manos de un pueblo desquiciado y enfurecido, no nos podría importar menos, absortos como estamos en la visión aún fresca de esas patas felinas pegadas a una pared maldita.

Por todo esto, sigo dándole vueltas a una película que es a la vez una reflexión sobre los problemas de nuestra juventud, una crítica al caracter egoista del ser humano y el producto de un guionista puesto de crack hasta el ojete. De lo que estoy seguro es que The Carrier es de obligado visionado para todo aquel que quiera alardear de conocer lo más grande que nos ha brindado el cine. O que tenga porros, cerveza fría y nada más que hacer en su vida. CLASICAZO!!!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

mikel eres un crack jajajajajajaja elfo_rense

kuro dijo...

Estoy con ella. Muchas gracias, enfermos mentales.