sábado, 26 de noviembre de 2011

HALLEY

Un primer impulso, poco más que una chispa brillando durante la milésima fracción de un nanosegundo. Un latir a escala subatómica, el despertar de una partícula infinitesimal. Un tamaño que desborda la imaginación, desafiando la posibilidad misma de la existencia. Así nacen los Dioses. No como consecuencia de ningún imaginario popular, no fruto de la necesidad de consuelo. Nacidos de la Nada, para arrastrarlo todo de vuelta a su reino. Un errático zarcillo de plasma tantea el vacío a su alrededor, copula brevemente con los restos moribundos de una llamarada solar. Se alimenta, procrea. Sus hijos nacen, y nacerán, de las cenizas humeantes de los retoños del mismísimo Universo. Se alimentarán con los pecados de la materia, con la soberbia del tiempo, con la arrogancia del cambio y la lujuria del movimiento. Un grotesco falo de antimateria blande su erección ante una galaxia lenticular. Un trillón de mundos perdidos, de mundos vivientes, de proyectos de mundos, desaparecen ante el silencioso orgasmo de un horror sin nombre. Las Pléyades lanzan un alarido desgarrado a un cielo infinito mientras sus entrañas preñadas de estrellas son devoradas sin misericordia. Siete Hermanas caen, el resto de la familia espera su turno, hasta que el árbol genealógico del Cosmos arda en Su Nombre. Andrómeda se presta a la batalla con la arrogancia propia de un gigante. Él la obliga a gimotear como un niño desvalido antes de darse un festín con su obeso cuerpo, esparciendo gas y polvo como recordatorio a una Eternidad moribunda. La Vía Láctea protege sus voluptuosos pechos horrorizada. Es forzada sin misericordia, maniatada por brazos radiantes de oscuridad abrasadora. Lentamente, con desprecio, como si de una mosca atrapada en las redes de una araña se tratase, es obligada a mirar impotente su propio desmembramiento. 


Falta poco, piensa una mente carente de masa sólida, cuyas sinapsis nerviosas corren a cargo de soles esclavizados lanzándose mensajes cifrados a través de filamentos de plasma, entrecruzándose en sucesiones infinitesimales de información operando en realidades paralelas. Una mota de polvo capta su atención. Una terrible sensación aciaga. Por primera vez en su reciente periplo no-vital siente miedo. Reacciona con rabia, ruge con la voz de mil estrellas colapsando, y el eco amplificado por un vacío aterrado destroza la Galaxia de Sombrero. Se lanza a enfrentar su miedo con velocidad inimaginable, plegando el espacio-tiempo a su paso, desgarrando el tejido mismo de la existencia. No entiende. Su miedo es un patético Sistema secundario. No, no puede ser. Ni siquiera el Sistema. Una minúscula formación de materia atada por la irrisoria fuerza gravitatoria de un Sol tibio. La carga pierde su fuerza, y se acerca cauteloso en una trayectoria esquiva a través del cinturón de Saturno. Antes siquiera de sobrepasar Júpiter le asalta sin piedad el conocimiento. Él ya existía antes de Él mismo. Imposible. Es la Singularidad. La existencia de otro anula toda posibilidad de su existencia. Y sin embargo ahí esta. Se acerca al foco disfrazado de inofensivo cúmulo de hielo y roca, con su cabellera ionizada desprendiendo metano presa del nerviosismo. Una piedrecita orbita alrededor del planeta y le sirve de escondrijo. No se atreve a mirar. Unos ojos sin párpados se cierran. Una respiración carente de pulmones se acelera. Una voluntad poderosa como el nacer de un millón de Universos se debilita. Siente al Otro, pero no es como él. Está fragmentado, dividido, enfrentado entre sí. Es Nada inconsciente de sí misma, y sin embargo le aterra. No puede permitirlo. Él es puro, consciente de la necesidad de inconsciencia. Eso es una Aberración. Necesita recobrar fuerza. Se alimenta con la explosión de un billón de quásares, negando definitivamente el futuro de Todo. Gira una cabeza sin cuello en dirección al planeta. Ni siquiera tiene tiempo de emitir un grito. Su corazón sin músculo, alimentado por lo savia incandescente de los planetas ígneos de Prometeo, se detiene aferrado por una fría garra de verdad descorazonadora. Ha muerto. Y como él miles antes que él. No es la Singularidad. Es un aborto, una mutación extraña y sola, fallida. Medio Universo destruido como patética huella de sus ínfulas de poder. La Verdadera Nada está frente a él, y ha procreado, aguardando el momento de devorarlo todo a su paso. Su cuerpo frío, despojado del poder del Cosmos esclavizado, aún vaga en elipses alrededor del Sol. Su cabellera sigue ondeando la derrota, como único vestigio de su existencia. La poca energía que le queda se escapa sin remedio, acelerando su aciago final, cuando convertido en un mero asteroide acabe estallando al entrar en la atmósfera de algún planeta. Con un último fogonazo de consciencia reza a sus nuevos dioses para que se apiaden de él y la ironía no haga que ese planeta sea la Tierra. Que el auge y caída del Cometa Halley no se convierta en la comedia más patética del Universo.

Relato y fotografía invocados por Cthulhu.





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Halley por Cthulhu se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 3.0 Unported.

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